Domingo 2 de noviembre de 2014Diario Perfil

Cansados

Buenos Aires, 2 de noviembre de 2014 - Es un recurso que no falla casi nunca, aunque ya exhibe fatiga de material. Arrinconado por datos incontrastables de la actualidad, el Gobierno da vuelta su propio guante y “atiende” a parte de sus críticos diciendo lo que ellos quisieran escuchar. Ahí está el incombustible Sergio Berni, para quien la Argentina está infectada de delincuentes extranjeros. Frases vacías que evocan de modo muy distinto una realidad en cuya configuración mucho ha tenido que ver el propio oficialismo y su epifánica “patria grande”.

¿Es que acaso Berni encarna una corriente real dentro del Gobierno, explícitamente crítica de las políticas penales e inmigratorias de la Casa Rosada? Claro que no. Ni siquiera eso sucede en la Argentina; no hay tal cosa como divergencias de criterios, algo perfectamente normal en muchos países. Hay una gélida utilización de la verborragia para aplacar rivales, acallar críticas y –sobre todo– confundir y embarrar la cancha, al margen de todo planteamiento coherente.

 

Acompañan, con entusiasmo y dedicación, la mayor parte de los medios, que en la tarde del martes 28 se hicieron un picnic con el episodio de los colombianos en la Costanera, escenario copado por Berni, quien no hizo más que hablar sin parar durante dos horas para asegurar que esos infelices, encapuchados y en el suelo con 36 grados de sensación térmica, y presentados como cuerpo del delito, estarían libres esa misma noche. Esa misma tarde, la politóloga María Cecilia Rodríguez podía viajar en subte a su casa sin que nadie la importunara ni reconociera. Es la ministra de Seguridad de la Nación desde diciembre de 2013 y nadie la conoce, es perfectamente anónima. Las baladronadas e impudicias tienen cara y voz: las de Berni.

Con frecuencia alucinante, el Gobierno ametralla y tiene eco útil de señales de TV y emisoras de radio que se pliegan al zafarrancho como si verdaderamente creyesen en su solidez. Esa tarde de los colombianos que supuestamente querían liquidar a Carlos Stornelli, ninguna señal “de noticias” se bajó del berenjenal hasta el anochecer, chapoteando en conjeturas, sospechas, hipótesis y tanteos al bulto. Algo parecido sucedió con casi todas las radios. El Gobierno dispone de un liderazgo abrumador como creador de agenda. Nadie lo cuestiona, aunque tan luego fuese con el modesto pero eficaz sistema de la omisión y el cambio de tópico. Así, semana tras semana, la fábrica oficial de leyes en que ha devenido un Congreso Nacional más parecido al Soviet Supremo de la URSS que a un Parlamento republicano, va escupiendo leyes de colosal trascendencia, mientras que la calle es dominada por un Ejecutivo ponzoñosamente astuto para barrer el espectro creando situaciones o aprovechándose de ellas, para seguir ejecutando su batalla cultural. El misterio en este punto son los medios; hablo de los que no forman parte del aparato de agitación y propaganda manejado por el Gobierno, o sea aquellos que aún merecen ser llamados más o menos independientes. Hipótesis: no es alineamiento ideológico, es la chatura infinita y el empobrecimiento profesional que hoy prevalecen en esos ámbitos, que vorazmente se prenden a cualquier fuego artificial con tal de mantener la pantalla caliente.

 

Nadie osa pararse ante una cámara y cambiar de registro, acompañar a la sociedad a encarar otros temas, diversas opciones, superior nivel de selección en lo que es “noticiable”. La radio sigue a esa TV en esa escalera de caracol. Yo no lo hago, pero no soy representativo: en todos los estudios de radio hay tres o cuatro monitores de TV y conductores y columnistas que obedientemente dicen y hacen lo que la pantalla de TV o la de sus computadoras ordenan. No existe más el criterio propio; lo que hay es un seguidismo de tropa ante los compulsivos espasmos de los plasmas. Todo pasa al cabo; tras ocho horas de colombianos, los medios se atropellan para comentar la emergencia meteorológica y las lluvias, como si el pasado inmediato no existiese. Todo es ruido, todo es fugaz, nada es relevante.

Pero no son los medios de mayor impacto (radio y TV) el eje de esta preocupación, sino el exitoso andar del Gobierno en la edificación de lo que antes se llamaba peyorativamente “el relato” y que en verdad es mucho más que eso. Ese logro no es un camino de una sola mano; se sustenta en un bajísimo nivel social de concentración en lo importante y una activa necesidad de ser distraídos y paseados por temas inconexos, sin origen ni desenlace creíbles. En este sentido, no paga precios el Gobierno por las aparentes incongruencias de Berni. ¿Incongruencias respecto de quiénes? Hay, claro, una izquierda kirchnerista que quiere creer y se enfada cuando el discurso se torna truculentamente temible, pero ¿no ha sido siempre así con los peronismos? En un luminoso reportaje de Carlos Pagni en La Nación (13 de septiembre de 2008) al historiador Tulio Halperín Donghi (“Ya me acostumbré a la idea de que la Argentina es peronista”), se lee: “—Usted dice que lo que creía ver en el fenómeno Kirchner en 2003 finalmente no se verificó y que ahora la experiencia actual lo lleva a mirar de nuevo hacia el peronismo de los años 50.

”—Ya me acostumbré a la idea de que la Argentina es peronista, y debo decir que a esta altura estoy tan vencido por la vida que no me molesta en absoluto.

”—En su libro La larga agonía de la Argentina peronista aparecía otro desenlace. La hiperinflación de 1989 parecía ser el final de un ciclo, el final de esa sociedad peronista.

”—Me refería a la agonía de la sociedad peronista, que debió ser el título del libro. Porque yo creo que el peronismo sobrevivió deshaciendo la revolución peronista. Fue lo que hizo Carlos Menem. Esta Argentina que vivimos hoy es una especie de antología del pasado peronista con música setentista y prosa frondizista.

”—¿Usted recuerda, del peronismo de los años 50, esos ribetes ridículos de los que hacían proezas en natación para que Perón aceptara ser reelecto?

”—Sí, pero aquél era un absurdo más legítimo, es decir, era gente que estaba inventando algo. En cambio, ahora no hay esa dimensión. Llegué a la conclusión de que todos estamos un poco cansados, ¿no?”.

© Pepe Eliaschev
Publicado en Diario Perfil

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