
Todo va bien
Buenos Aires, 14 de febrero de 2014 – Es un prolongado y extenso debate que se viene dando hace muchos años. En el lenguaje familiar de la calle, una pregunta que no necesitaba de muchas explicaciones era “¿son o se hacen?”. La pregunta “¿son o se hacen?” interroga por la verosimilitud y la veracidad de quien dice, propone, plantea o enuncia algo. Porque si “se hacen”, es una mentira sostenida con mayor o menor entidad. Pero “si son”, se llega a una conclusión mucho peor: son auténticos. Lo que dicen y hacen no es producto de una estrategia, no es un ardid, sino que -por el contrario- surge naturalmente del interior del responsable de tal o cual medida. En Argentina, ¿son o se hacen?
Después de largos años de defender a capa y espada la malversación de los índices estadísticos que registraban, no solo el aumento del costo de vida, sino otros datos centrales para el seguimiento de la economía nacional, el Gobierno, con ese “pragmatismo” que es una manera elegante de definir lo que es lisa y llanamente cinismo, admite ahora que, efectivamente, la inflación en Argentina es muy elevada.
Esto sería, en principio, un gesto meritorio al que cabe dar la bienvenida, porque revela que, en un punto, acosados, problematizados o atribulados por el humor social, en el Gobierno llegaron a la conclusión de que no tenía sentido seguir negando la realidad. Que el “todo va bien, señora marquesa”, del famoso cuento sobre la revolución francesa, en la Argentina llevaba inexorablemente al peor de los finales.
Desde este punto de vista, haber admitido que el índice de inflación triplica el que reconocía el Gobierno hasta hace pocas horas, es un acto de valentía. Pero, ¿qué tan creíble, vigoroso y coherente es ese acto de valentía si no va acompañado de una elemental y mínima confesión de responsabilidades? Inútil pedirle eso al Gobierno. El jefe de Gabinete Jorge Capitanich, volvió a negar que hubiese una ruptura, un cambio, una modificación o una transformación. Nada se ha metamorfoseado, todo sigue igual. Así como nos decían una cosa, ahora nos dicen otra. Pasamos de 1 a 3 y nada ha cambiado. Es tal el blindaje del dogma ideológico pétreo que exhibe el Gobierno que ni siquiera se permite decir algo que le daría enorme cantidad de oxígeno: admitir que se equivocaron con cambios apresurados, una chapucería, un error y que, en verdad es otro el índice inflacionario, el que terminaron presentando.
En lugar de hacerlo -lo que hubiera sido inimaginable en ellos- han dicho que está todo bien. Nada extraordinariamente diferente a lo que antes sucedía está aconteciendo.
Se trata de un Gobierno que había hecho de la acusación de mentirosos a quienes percibe como sus enemigos mortales, un asunto central. El propio edificio del INDEC, a metros de Plaza de Mayo, estuvo durante años tapado por una gigantesca pancarta que decía “Clarín miente”. A mí no me interesa defender a Clarín. Clarín se defiende solo y tiene bastante más recursos para hacerlos que los pocos que yo pudiera llegar a tener. Pero si Clarín mentía, ¿qué decir del INDEC? ¿Cómo dar cuenta de esa mentira?
A mí me llama la atención que en el lenguaje de intelectuales estatales que trabajan para el Gobierno, se apele recurrentemente a la frase “más allá de los errores que se puedan haber cometido”. ¿Qué errores se han cometido? A mí me encantaría que ciudadanos como Ricardo Forster, Eduardo Jozami u Horacio González explicitaran, blanquearan y pusieran sobre la mesa, negro sobre blanco, cuáles son los errores de los que ellos hablan.
Esta semana estuvo en televisión Jozami, un economista y abogado de dilatada trayectoria política, con largas décadas de militancia e incluso varios años de cárcel por su militancia. Nadie podría atribuirle a Jozami mala fe. En principio yo no sé la atribuyo- pero cuando surge el cuestionamiento sobre el destino judicial y político de Amado Boudou, ¿cuál es la respuesta de Jozami? “Ah, pero también está procesado Macri, y nadie dice nada”.
Entonces debo colegir que para el imaginario o la configuración política, cultural e ideológica del kirchnerismo no hay una gran diferencia entre Boudou y Macri. Porque si la respuesta es que hay otro que está también procesado, quiere decir que el kirchnerismo se homologa y compara con lo que denomina el enemigo, la derecha, la oligarquía o los intereses concentrados. La idea es, básicamente, mirar para otro lado, como lo están revelando las sanciones contra los supermercados. El pensamiento, que si no fuese malévolo es sencillamente infantil, es que castigando con multas van a poder corregir los disparates que cometieron con la economía.
En definitiva, todo sigue marchando perfectamente bien. Nunca hay errores, nunca hay cuestiones de las que haya que arrepentirse, y si las hay, se las menciona de manera tan vaporosa, abstracta y genérica, que es como si no hubieran existido. El Gobierno sigue yendo para adelante, solidarizado ahora con la Venezuela de Nicolás Maduro, lo cual revelan, con más claridad que nunca, cuál es el verdadero ADN ideológico de la gestión con la que concluye su paso por el poder político el kirchnerismo.
© Pepe Eliaschev