Domingo 7 de septiembre de 2014Fuera de Rutina

País ensimismado, de espaldas al mundo

Buenos Aires, 7 de septiembre de 2014 - Es singular y llamativo el autoelegido ostracismo argentino. Aun en el marco de la Suramérica de la que forma parte, el país parece conforme y hasta regocijado con su elegido aislamiento. No se trata solo de una opción política del actual grupo gobernante; la vocación nacional por desentenderse del mundo impregna la mirada y la vida cotidiana de la sociedad. Los sistemas de TV por cable, al menos los de la zona metropolitana, por ejemplo, no emiten señales provenientes de Brasil, la nación líder del hemisferio.

Los dos debates pre electorales que se desarrollaron en ese país con la participación de Dilma Rousseff, Aecio Neves y Marina Silva, no tuvieron eco en la radio y la TV argentinas. Brasil elige nuevo presidente para el período 2015-2020 en los comicios del 5 de octubre, con segura definición en la segunda vuelta, el 2 de noviembre.

Tampoco importa a casi nadie que Uruguay elige presidente también en octubre (el 26), con segunda vuelta el 30 de noviembre. Sobre Paraguay y Bolivia (elecciones presidenciales el 12 de octubre con imposible segunda vuelta el 7 de diciembre) nadie habla, porque en estas comarcas a nadie le interesa. Chile solo importa, tal vez, a mendocinos y otras provincias andinas, pero en Buenos Aires no mueve el amperímetro. Si las naciones fronterizas generan una frialdad casi total en la siempre neurótica y altanera Buenos Aires, ¿cómo pretender que las decapitaciones del Estado Islámico y la sangría de Ucrania instigada por Rusia puedan importar?

La Argentina ha sido siempre un país distintivamente receloso de lo que sucede en el exterior. La reciente guerra de Gaza volvió a suscitar las típicas notas de medios locales procurando hurgar en el destino de "argentinos" que viven desde hace décadas en Israel, como si eso fuera lo verdaderamente trascendente. Desde el Gobierno, el mundo importa en términos muy groseramente utilitarios, que revelan un oportunismo explícito, como -por ejemplo- la recurrente apelación de apelar a organismos internacionales deliberativos pero poco o nada ejecutivos, para recoger apoyos literarios a los reclamos argentinos. En esta mirada oficial, el mundo solo sirve si apoya las demandas de la Casa Rosada; por lo demás, lo que proyecta el país hacia el resto del planeta es una gélida y calculadora actitud, que -a su vez- repite en esencia un perfil cultural de la entera sociedad.

Sin embargo, los acontecimientos que se vienen desplegando en diversos teatros de operaciones bélicas van mostrando un deterioro muy ostensible de la paz y la estabilidad del mundo. La Argentina ya tuvo ocasión de romperse los dientes por su impavidez ante ese mundo. En la alucinada aventura bélica de Malvinas en 1982 hubo no solo improvisación y mala praxis, sino también una formidable ignorancia acerca de cómo funciona el sistema internacional. Aquel delirio fue, por cierto, el clímax de la autodestructividad, pero no creo que las lecciones de aquel espanto hayan sido debidamente aprendidas del todo.

La pasión por la insularidad va de la mano con una notoria sobreestimación de las propias capacidades nacionales. El Gobierno se ha ufanado de que sus demandas políticas y diplomáticas cuentan con una masiva base mundial de simpatía, como si estuviera convencido de que las declaraciones retóricas de los organismos internacionales son en sí mismas la clave de transformaciones decisivas.

La propia condición de país mediano que carece de influencia verdadera en los grandes asuntos mundiales no debería ser excusa para que el país se comportara como un sonámbulo impune de cara al delicado momento mundial. La Argentina exhibe su aldeana falta de conciencia sobre esos temas no solo en la conducta del Gobierno, sino incluso en el tono y en las preocupaciones de quienes hoy se proponen como futuros gobernantes desde la oposición.

Las preocupaciones de los principales líderes opositores son de una rústica limitación doméstica. Tal vez sea mucho pedirles que se pronuncien sobre la barbarie del fundamentalismo islámico o sobre el ostensible apetito imperial de Rusia, pero tampoco se los ve demasiado interesados en lo que sucede cotidianamente en América Latina. Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, Ernesto Sanz, Julio Cobos y Hermes Binner hablan de casi todo, mucho y todos los días, pero se limitan a una Argentina fronteras para adentro. Cuando salen del país para presentarse en foros prolijamente formateados en función de su impacto de rebote en Buenos Aires, hacen lo mismo de siempre: un desembarco en Nueva York, tal vez un paso raudo por Washington, o eventualmente un toque en Madrid, y ya está. Han salido al mundo, eso creen al menos Massa, Macri, Scioli, por ejemplo.

En el marco de un planeta cada vez más intrincado en su preocupante peripecia global, los candidatos al poder se muestran en la Argentina entusiastamente locales y despreocupados por un mundo que, o no les interesa, o no lo comprenden. Pero, es que, ¿acaso puede la Argentina aspirar a ser escuchada con respeto en el mundo cuando su capacidad verdadera de ejercer influencia es muy menor hasta incluso en su propia región? La pregunta es legítima. Cuando un país carece de peso específico propio y tangible, esa ausencia de gravitas podría provocar sarcasmo o ironía si las palabras están exentas de respaldo geopolítico serio.

Ensortijada en un default absurdo y garabateando disparates legales y financieros, no parece ser ésa una situación que le confiera a la Argentina altura y respeto auténticos cuando opina o acciona fuera de sus fronteras. Sucede que los disparos contra sus propios pies los descerraja el Gobierno cuando usa al ya caricaturesco Amado Boudou como su representante de mayor nivel para pasear por ceremonias trascendentales de otros países. Boudou representó a la Argentina en la posesión presidencial del colombiano Juan Manuel Santos el pasado 7 de agosto. La cara de Santos cuando recibió el saludo de Boudou fue inolvidable: la Argentina enviando a Bogotá a un multi procesado hasta hoy indemne solo por el obstinado capricho de una jefa de vocación monárquica.

Este perfil de enclaustramiento nacional es penoso en un mundo que solo se puede afrontar desde un activo involucramiento global, capaz de ir más allá de las contingencias de coyuntura. Que así procedan quienes gobiernan desde 2003 es previsible. Mucho menos aceptable es que esa óptica aldeana y ensimismada también sea el rasgo de quienes se esfuerzan por ser considerados como sucesores de esta etapa. Al compartir el desdén por el mundo real e ignorar o menoscabar los pormenores del escenario de hoy, las diversas y borrosas candidaturas presidenciales de la oposición confirman el retraso general de la Argentina.

© Pepe Eliaschev
Publicado en Diario Los Andes

Pepe Eliaschev Copyright 2007 - Periodista Pepe Eliaschev