Fuera de Rutina
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Una foto de la verdadera Argentina
Buenos Aires, 24 de agosto de 2014 – Es un estado de excitación permanente. La Argentina, al menos la pública, mediática o notoria, vive “Sin aliento”, para evocar el mítico film de Jean-Luc Godard, de 1960, que tenía a Jean-Paul Belmondo como protagonista absorbente.
Las urgencias nunca terminan, siempre se renuevan. En un punto, es como si el país no pudiera o no supiera vivir al margen de la excepcionalidad.
Es una adicción fuerte y además tóxica; las hay menos gravosas (el chocolate, el trabajo), pero ésta lo es. Al perdurar esclavizada al yugo de lo extraordinario, la Argentina sobresale por la ferocidad de sus crispaciones internas, como un país crónicamente peleado con su destino.
La versión oficial de este desmadre la encarna un gobierno habituado y además seducido por los gestos altaneros, disfrazados de una tersura amigable que en verdad no admite.
El caso de la historia del default es paradigmático de un modo de gestionar que a su vez deriva de un punto de vista que, aunque ordinario y arcaico, es la brújula de la nave oficial.
Axel Kicillof se unió esta semana a la triste recordación de las patanerías de Leopoldo Galtieri (“¡si quieren venir -los ingleses- que vengan!”), cuando los encaró a los fondos buitre, desafiándolos a que vengan a la Argentina (“¡Los estamos esperando!”).
Son gobiernos incomparables, desde ya: ése de 1982 era una dictadura feroz, mientras que éste elegido en 2011 retiene una legitimidad completa. Pero en ambos casos reina la fascinación por las palabras y consignas rimbombantes, que luego se pelean con la realidad.
Tras presentar su nueva propuesta de canje de deuda, Cristina Kirchner convalidó la hipótesis más sólida que se maneja en los medios políticos, empresariales e intelectuales porteños; la Presidente no puede huir de sus propios instintos y tampoco está dispuesta a liberarse de su íntima coraza dogmática.
Ratifica los desplantes, agudiza su radicalidad ideológica y debe ser por eso que, como confesó en su enésima “cadena” de radio y TV, el miércoles 21 de agosto, que está “nerviosa”.
Ironías del destino, había sido Néstor Kirchner quien había preguntado en marzo de 2009, “¿qué te pasa Clarín, estás nervioso?”.
Ese nerviosismo, artificialmente cebado en estos años, es una componente maldita de la Argentina cuyo desenlace electoral se viene preparando de cara a la renovación presidencial de 2015.
Trasciende las estrechas fronteras de un oficialismo convencido de su inefabilidad y de formaciones militantes convencidas de que su misión es cambiar de pies a cabeza al país, tras haberse hecho a la idea de que en gran medida esta sociedad ya es muy diferente a la de 2003 y que eso es para ellos ferozmente irreversible.
Cuando se contemplan sociedades vecinas (en Brasil y Uruguay hay elecciones presidenciales en octubre y en ambas habrá segunda vuelta en noviembre) se advierte que los niveles de exasperación locales son de una singularidad poderosa. Ejemplos rotundos abonan este diagnóstico.
No eran más de cinco, como mucho, los agresores que esta semana quisieron abortar una conferencia de Domingo Cavallo en la Universidad Católica Argentina, pero lo que importa es que, trece años después del colapso de 2001, en la Argentina se sigan distribuyendo culpas y satanizando políticas y personajes, muchas evidentemente responsables de su época y de lo que sucedió en la Argentina, pero que ya deberían ser piezas relativamente arqueológicas en una sociedad muy enemistada con la noción de debatir y concertar su futuro, al margen de las circunvoluciones onanistas sobre los estigmas del pasado.
Es tan fuerte la implantación de catequismos de corrección ideológica que la mera discusión sobre las inexistentes políticas de inmigración que han permitido que un notorio aumento del porcentaje de extranjeros dedicados al delito se convierta en causa suficiente para aplicar a quien lo denuncie el estigma de xenofobia, ya sea que la preocupación provenga de peronistas o de macristas.
Todo sucede como si en la Argentina se hubiese consagrado una rigidez de miras tan apretada que hasta los propios círculos políticos viven aterrorizados de ser “corridos”, básicamente “por izquierda”.
Jefe de la seguridad interior de un país cuyo gobierno sancionó una ley “antiterrorista”, Sergio Berni tiene que explicarle al ultra kirchnerismo que no tiene caso sancionar una ley de piquetes según la cual se pueden cortar avenidas y autopistas a condición de dejar libre un carril o mano.
Absurdo e irracional argumento, dice con razón el ex militar: el colapso se produce igual. Pero, como lo dice Berni, en la oposición prevalece un garantismo paradojal, porque creen que toda restricción enderezada a poner en vigencia el gobierno de la ley equivale a colgar de nuevo el cuadro de Jorge Videla.
Es una manera de no poder concertar nada, sobre todo porque estos once años de gobierno han dejado impresa la profunda huella de la intransigencia dialéctica oficial en connubio con el más rancio pragmatismo.
Ese será uno de los legados más dolorosos de esta década extensa, la confusión entre consignas y esencias, la manipulación de valores nobles deliberadamente emponzoñados con supuestos principiamos que son puro oportunismo y crasa demagogia.
Ese conflicto con la ley empapa todos los resquicios de la vida nacional. Lo que sucede en la Capital Federal con el transporte público de servicio, los colectivos, es siniestro.
Harto verificada la responsabilidad penal de innumerables colectiveros que en todo momento violan las normas más elementales, sigue reinando una impunidad de facto que es grosera violación de las garantías más básicas (http://www.clarin.com/ciudades/colectivo-atropello-mato-doblar-esquina_0_1197480343.html), pero sin embargo, porque aparentemente no es un tema “político”, la inaceptable gravedad no retrocede, fotografía de un país que, como decía el inolvidable Carlos S. Nino, prefiere vivir “al margen de la ley”.
En su última y, como todas las anteriores, cautivante novela “Una verdad revelada”, el escritor inglés John Le Carré sostiene, con luminoso pesimismo, que “Contra lo que los dioses y todos los seres humanos razonables peleaban en vano no era para nada la estupidez.
Era contra una abierta, azarosa y maldita indiferencia a todos aquellos intereses que no fueran los propios”. A mí, debo decirlo, me luce como una casi perfecta foto en alta definición de la Argentina de 2014, un país que debe cambiar.
© Pepe Eliaschev
Publicado en Diario Los Andes
¿Qué diría Pepe?
Por Victoria Verlichak* – El mes pasado tuve que cambiar la heladera; tenía un desperfecto irreparable.