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Domingo 13 de noviembre de 2022Diario Perfil

Ningún hombre es una isla: notas sobre mi padre

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Los Hombres del Juicio

Los Hombres del Juicio

Por Nicolás Eliaschev* / Dónde está el abuelo Pepe? Eso me pregunta, con frecuencia, una de mis hijas, la de 6 años. Su abuelo, mi padre, ¿dónde está? Murió hace ocho años y un nuevo aniversario de su partida motiva estas líneas, un ritual que se quiere conservar.

Hace unas semanas caminaba por las calles arboladas de Chacarita y entré a la librería Falena (un santuario de la belleza, uno de los lugares esenciales de Buenos Aires) y allí descubrí un libro formidable: La isla, de Giani Stuparich, un escritor nacido en Trieste, de orígenes judíos y croatas (la coincidencia no es coincidencia), que escribió en italiano y que yo no conocía (y allí, la gran bendición de las librerías, la posibilidad del azar y de la sorpresa, que semeja a la vida).
 
El libro es la historia que yo hubiera escrito, un padre que va a morir, un hijo que lo acompaña en los últimos días. El hijo que se pregunta si el padre sabe, el padre que se pregunta si el hijo sabe. No hay palabras, pero hay miradas. La gran literatura, a veces, cuestiona la posibilidad de hacerla. Cómo escribir después de Borges. Cómo escribir acerca del padre, acerca de mi padre, después de las precisas y austeras palabras de Stuparich.
 
Las preguntas de mis hijas me inspiran a sobreponerme. Busco a mi padre para saber qué responder sobre su destino o su devenir. No hay una respuesta religiosa (al menos en el sentido literal) que me convenza, pero ello no implica, necesariamente, el nihilismo de decir que él no está, que se fue, que se fue para siempre. 
 
Mi primera respuesta es que mi padre está en los sueños y en la memoria (Saer escribió en El entenado que memoria y sueño son equiparables –y el sueño es equiparable a la vida, dijo Próspero en La Tempestad de Shakespeare–).
 
Poco después de su partida, ante una propuesta laboral que me habían hecho, mi padre apareció en sueños para decirme que, sin dudas, la debía aceptar, cosa que hice y que fue un acierto. Hace unas pocas semanas, también en sueños, vi a mi padre dormir al sol, en el Uruguay. En cuanto a la memoria, es un concepto amplio y abstracto. Tal vez sea mejor hablar de recuerdos y esos recuerdos ceñirlos a momentos y a lugares concretos. 
 
Mi padre también está en los libros, en los propios, pero también en los ajenos. Comparto más gustos literarios con mi madre de los que compartí con mi padre, pero a veces hubo coincidencias fenomenales. Javier Cercas fue (y mucho más importante, lo es todavía) un punto de encuentro con él. Tengo el ejemplar de Anatomía de un instante que leyó mi padre, subrayado por él, intervenido por él, podría decirse. Mi propio ejemplar me lo compré en Madrid y lo terminé de leer en Frankfurt, en una noche insomne y fantasmal donde, a la madrugada, sobre las últimas páginas, descubrí que el libro de Cercas es tanto sobre Adolfo Suárez y la transición como sobre su padre. Y para mi estupor, meses después, encontré que ese hotel en el que transcurrió esa noche de lectura había sido el mismo hotel en el que se alojara mi padre, años antes. 
 
Entre los más de diez volúmenes que publicó mi padre, quiero destacar dos. Los hombres del juicio, un libro que tiene hoy una indudable actualidad, prefigura la película Argentina, 1985, y me alegra enterarme de que mucha gente joven hoy ha comenzado a leerlo.
 
Reagan, USA, los años ochenta es el libro de mi padre que más quiero, sueño con reeditarlo. Más allá de que aún tengo el ejemplar con su dedicatoria firmada el 21 de enero de 1982, y más allá de que esa dedicatoria es entrañable (dice cosas como “que cuando lo leas puedas estar cerca de mí” –y lo estoy–), el libro es extraordinario por su propio mérito. Se trata de un ensayo sobre la presidencia de Reagan y sus ideas, pero es mucho más que eso, es un libro sobre los Estados Unidos y sobre la percepción de los Estados Unidos desde afuera. 
 
El análisis político es sofisticado y profundo, pleno de matices, es como si Tocqueville hubiera escrito en el siglo XX. Habla de los Estados Unidos con admiración, pero con sentido crítico, sin idealizar, sin satanizar, sin subestimar, sin banalizar, como Leonard Cohen cuando en la canción Democracy habla de los Estados Unidos como “the cradle of the best and of the worst” (la cuna de lo mejor y de lo peor).
 
Es un libro de viajes, con historias propias escritas en primera persona que reflejan percepciones y memorias, a la manera de Norman Mailer (como me dijo mi padre antes de morir, esa había sido una recomendación de Nicolás Casullo: “Vos tenés que hacer como Norman Mailer”, le dijo), y cuando muchos años después leí El combate, comprobé que mi padre le había hecho caso a Nicolás. Es un libro de sensaciones, de paisajes, de mares, de rutas, de ríos y de cielos. Es un libro sobre su vida, es su historia.
 
Empieza con un atardecer en el Atlántico, al que califica como bello, pasa a las autopistas de Los Ángeles y se ve sorprendido, descubre Chicago y el sur profundo, Georgia, el Mississippi, donde en un atardecer en Natchez escribe: “A medida que avance el tiempo, la ciudad junto al río crecerá con potencia como una sensación de placer tan intenso que nunca podrá desaparecer” para luego decir: “Me entrego a la situación sin quejas, poseído por el momento”. Allí, en ese momento, en ese lugar, allí está mi padre.
 
*Abogado, hijo de Pepe Eliaschev.
 

 

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